viernes, 26 de julio de 2013

El mito del inicio tardío de la sexualidad femenina




Nos encontramos con otro de esos tópicos que aún se resiste a ser arrumbado en el cuarto de los viejos recuerdos. Su persistencia en los libros de autoayuda sexual escritos para las mujeres es contumaz147. Repetición que sería completamente inocente si no fuera porque enraíza una idea errónea.
No siempre que se habla del despertar sexual femenino se hace referencia a lo mismo. Aunque lo frecuente es que tal fórmula aluda a la edad del primer coito, hay estudios que se fijan más en la del primer orgasmo y otros que lo hacen en cualquier otra actividad íntima como besos, caricias íntimas, etc... Esa variedad metodológica impide que los resultados puedan compararse entre sí.
Lo que dicta el estereotipo es que la sexualidad de las mujeres tarda en despertarse. Más aún: que no lo hace hasta su primer encuentro con un hombre, como la protagonista femenina del cuento La Bella Durmiente del Bosque. Según sostiene esta creencia, existe una disposición por la que los hombres alcanzan su mayor frecuencia orgásmica poco antes de cumplir los veinte años para, después, declinar de forma lenta y progresiva a partir de los treinta. Las mujeres, al contrario, parece que les cuesta más tiempo “arrancar” desde este punto de vista; pero se mantendrían con un nivel de actividad sexual aproximadamente estable durante más tiempo. Con otras palabras: su frecuencia orgásmica aumentaría muy lentamente desde la adolescencia hasta eclosionar con toda su fuerza al cumplir los cuarenta años, para mantenerse después de un modo constante hasta la ancianidad.
Este lugar común obtuvo su aval en los muy antiguos  y problemáticos datos del Informe Kinsey sobre la sexualidad femenina; concretamente, en el último capítulo del libro donde se publicaron101. Y cuando digo antiguos, no exagero. Aquellos datos se recogieron al finalizar los años cuarenta del siglo pasado.

a.- Ellos al galope y ellas al trote sostenido.
En ese capítulo, sus autores realizan, a modo de síntesis, una comparación de los rendimientos sexuales de uno y otro sexo escogiendo como unidad de medida la frecuencia de orgasmos semanales comunicada por los encuestados; fuera esta cierta o supuesta. Dichos autores resumieron así sus observaciones: “Hemos hecho notar que la frecuencia de la respuesta sexual en el varón comienza a declinar al acercarse éste a los veinte años, y sigue declinando gradualmente hasta la vejez. Por otra parte, hemos señalado que, en las mujeres, la frecuencia mediana de aquellas actividades sexuales que no dependen de la iniciación por el hombre de contactos sociosexuales, permanece poco más o menos estable desde los 16 hasta los 60 y más años101 (pág. 717).
Tales reflexiones fueron realizadas sobre las curvas que representaban la frecuencia de orgasmos semanales de cualquier origen agrupados por lustros a lo largo del ciclo vital de ambos sexos. Al rastrearlos, el grupo de Kinsey advirtió que tanto en los hombres como en las mujeres se observaba un paulatino declinar del número de orgasmos semanales en relación directa con la edad. Dicha semejanza se rompía cuando se comparaban aisladamente la frecuencia orgásmica semanal obtenida exclusivamente mediante la masturbación: en los hombres seguía observándose ese declinar paulatino a medida que avanzaba la edad que se había observado en la práctica del coito; en las mujeres, sin embargo, los orgasmos obtenidos sólo con la masturbación mantenían aproximadamente la misma frecuencia a lo largo de sus vidas, aunque declinasen los proporcionados por el coito. Como la masturbación es un buen indicador de las necesidades de resolver las propias tensiones sexuales sin intervenciones ajenas, los autores entendieron que, quizás, el declinar anteriormente observado en la frecuencia orgásmica semanal femenina (la que incluye toda clase de actividad sexual) pudiera estar condicionado por la disminución de la iniciativa masculina en el comienzo de las relaciones sexuales (entonces, a finales de los años cuarenta del siglo XX, más enraizada que en la actualidad). Ese declinar generalizado masculino sería responsable del descenso en paralelo advertido en la actividad sexual de la mujer cuando se contabilizaba toda fuente posible de orgasmos.
Y así, esos autores concluyeron que el declinar de la frecuencia orgásmica observado en la mujer no sería tal y estaría empujado por la disminución del interés sexual general del varón. Por eso, decidieron establecer sus comparaciones en base a la frecuencia orgásmica semanal obtenida por cualquier medio entre los hombres, con la que las mujeres (solteras o casadas) obtenían por sí mismas de una forma independiente de los hombres, es decir, mediante la masturbación. Esta es aludida en el párrafo citado antes mediante la perífrasis: “aquellas actividades sexuales que no dependen de la iniciación por el hombre de contactos sociosexuales”. De ese modo encontraron que la frecuencia de orgasmos semanales obtenidos con la masturbación se mantenía aproximadamente constante entre las mujeres desde la adolescencia hasta los sesenta años; mientras que entre los hombres el número de orgasmos semanales obtenidos por cualquier clase de actividad sexual, masturbación incluida, declinaba suavemente con el paso del tiempo.
Lo que el grupo de Kinsey venía a decir es que los hombres se iniciaban sexualmente como caballos desbocados para, con el tiempo, mitigar el ritmo por diversas razones, mientras que las mujeres comenzarían de un modo más cachazudo, al trote, pero manteniendo ese ritmo toda su vida.
Sin embargo, los datos del grupo de Kinsey infrarrepresentan a la sexualidad femenina. Y contienen algunos problemas de procedimiento importantes que condicionaron sus resultados. Uno de ellos es el método elegido para hacer la evaluación de los intereses sexuales de las mujeres: la masturbación. Esa actividad fue elegida con acierto, sin duda, pues es una buena representación de los intereses sexuales autónomos, sin intervenciones ajenas. Pero la metodología seguida por Kinsey para realizar su encuesta no fue la más acertada para extraer conclusiones válidas sobre la sexualidad femenina y menos en el terreno del autoerotismo. El error básico fue utilizar encuestadores masculinos, pues están demostradas las dificultades que sienten las mujeres a la hora de responder sinceramente a este tipo de cuestiones frente a un hombre257; sobre todo si se trata de la masturbación. El segundo error fue creerse que las encuestadas responderían con sinceridad por el mero hecho de haberse prestado voluntarias para contestar a sus preguntas167,258. Está demostrado que las mujeres minimizan siempre167 la ejecución de determinadas prácticas sexuales si las creen socialmente indeseables259, y la masturbación, en concreto, es la que más recelos levanta incluso en nuestros días. Y lo hacen aunque se presten voluntarias para este tipo de trabajos149. Tampoco conviene olvidar que la encuesta de Kinsey se realizó finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando estaban en plena efervescencia los valores familiares tradicionales que exigían a la mujer algo así como levitar dentro de una burbuja aislante, extasiada, y por encima de cualquier sensación indecorosa como eran las sexuales260.
Las fuerzas sociales que inhiben la expresión abierta de las necesidades sexuales de la mujer hacen más mella en las edades tempranas de la vida, cuando se están forjando las actitudes y las jóvenes se esfuerzan en ser socialmente aceptadas. Recuérdese que, aún hoy, el primer mensaje que reciben las púberes cuando tienen su primera menstruación es de contenido negativo, con toda la buena voluntad que se le quiera suponer: “ahora ten cuidado con los chicos”. Y antes de ese, la recomendación tampoco ha sido mejor: “no te toques”.
Por eso, las jóvenes que se han desarrollado en un ambiente tan “hostil” hacia cualquier exteriorización de la sexualidad, tienden a manifestar con menos frecuencia que se masturban167. No es que no practiquen esa actividad sexual, como se ha creído hasta ayer mismo; es que aceptarlo públicamente significa ir en contra de lo que creen que es la norma del grupo; y aún hoy se escuchan los ecos del mandato social que señala que las chicas (“decentes”) no se masturban o lo hacen mucho menos que los hombres261.
Y eso es lo que sucedió en los tiempos de las encuestas del grupo de Kinsey. Por eso la masturbación está infrarrepresentada en todos los segmentos de edad de aquella muestra, sobre todo, en las juveniles por las razones que ya veremos. Y más que la actividad sexual propiamente dicha (al menos la autoerótica), se encontraba atenazada la libertad para comunicar a extraños los aspectos más íntimos de aquella.
Si las diferencias propuestas por el grupo de Kinsey fueran realmente biológicas, se mantendrían estables a lo largo del tiempo; el ambiente cultural no las modificaría o influiría muy poco sobre ellas. Pero eso es precisamente lo que no sucede. En la medida que la atmósfera social se ha hecho más permisiva hacia la sexualidad femenina, se ha comprobado que los comportamientos sexuales de hombres y mujeres convergen, esfumándose las diferencias anteriormente aludidas. Durante las últimas décadas, las mujeres han cambiado más que los hombres, iniciándose en el coito a edades cada vez más tempranas (algunas incluso más pronto que los chicos) siendo bastante más activas sexualmente que antes, y con cierta frecuencia incluso más que los chicos162,163,262. Las más jóvenes comunican frecuencias de masturbación y de coitos más elevadas que las mujeres mayores. Y lejos de lo que afirma el estereotipo, la frecuencia de la masturbación es superior entre las que más copulan, hasta el extremo de que el 80% de sus orgasmos proceden precisamente de su actividad autoerótica262,263.
Las chicas inician su interés sexual tan temprano como los chicos, e incluso antes, su frecuencia de orgasmos es muy alta durante la adolescencia (básicamente mediante la masturbación) y es una falacia insistir en que su “despertar sexual” no surge hasta que un hombre se encarga de hacerlo. En este punto tienen razón las agrupaciones feministas cuando subrayan que cuando una chica se inicia, no ya en el coito, sino en el petting con los chicos, lleva ya un largo recorrido disfrutando de su cuerpo a solas. Esa es su verdadera iniciación sexual, como sucede con los chicos; otra cosa bien distinta es que se avergüencen en reconocerlo y eso falsee los datos sobre su frecuencia orgásmica autoerótica y global.
Veamos qué nos dicen los datos.

b.- El primer coito.
La edad del primer coito ha sido durante mucho tiempo el “marcador” que señalaba el inicio de las mujeres en la vida sexual. Era lo que “despertaba su libido” y promovía que buscasen después otras satisfacciones sexuales.
Las diferencias observadas en el transcurso de las décadas son marcadas. Como se afirmaba antes, las mujeres se inician en el coito a edades cada vez más tempranas. Y no es una cosa de hoy. Fue una observación que ya realizó el grupo de Kinsey cuando encontraron, hace más de sesenta años, tres veces más mujeres con experiencia de coito a los 25 años entre aquéllas nacidas después de 1900 que entre las que lo hicieron antes de ese año101. También se advierten esos cambios en los hombres, pero las diferencias son menores. Pedersen y Samuelsen han observado que en el paso de una década (1992-2002) las mujeres han adelantado la fecha de inicio de sus contactos sexuales en un año; algo que en el caso de los hombres es más modesto264.
El promedio actual de inicio en el coito se sitúa en torno a los 17 años de edad; sin que existan diferencias estadísticamente significativas entre los sexos. Se encuentra, incluso, que las chicas son sexualmente más activas que los chicos; probablemente porque ellas tienen sus relaciones sexuales con parejas más estables con las que se sienten emocionalmente vinculadas, lo que facilita esos contactos265. Algo que también sucedía cincuenta años atrás257.
En los años sesenta del siglo pasado había más mujeres que hombres que se iniciaban en el coito con una persona de mayor edad que la propia. Entre las chicas más precoces (las que se iniciaban entre los 15 y 16 años), eso sucedía en el 84% de los casos; algo que “sólo” ocurría en el 50% en el resto de las jóvenes. Los chicos en las mismas circunstancias eran iniciados por chicas mayores en el 39% de los casos precoces y en el 18% de los otros257. Algo que está probablemente en relación con el hecho de que las mujeres maduran desde el punto de vista psicológico y comienzan a sentir interés emocional y erótico por sus pares masculinos (o femeninos, en caso de lesbianismo) antes que ellos266. Tal circunstancia las empujaría a fijarse en varones que sientan esos mismos deseos; lo que generalmente significa que tengan mayor edad que ellas.
Esta tendencia femenina está invirtiéndose en nuestros días. Ahora, el 65% de ellas mantienen su primera relación sexual (coito) con un chico hasta cinco años menor que ellas. Aunque aún existe un 28% que lo hacen con jóvenes entre cinco y diez años mayores que ellas y otro 7% que lo hacen con hombres que les llevan hasta diez o más años267. Esta diferencia puede estar motivada por el proceso de igualdad social entre los sexos y la mayor información recibida desde el ambiente que dirige a los jóvenes de ambos sexos a relacionarse sexualmente con sus pares. Por eso, también se da la circunstancia de que haya un número importante de varones que se inician sexualmente con chicas hasta seis años mayores que ellos268.
Además, las edades de inicio en la cópula van siendo cada vez más precoces. Hay datos que la sitúan alrededor de los 15 años para ambos sexos. Y aunque hombres y mujeres siguen convergiendo, aún se mantiene cierta diferencia en que las chicas prefieran mantener relaciones sexuales con parejas estables en proporciones superiores (91%) a los chicos (63%)269.
Existen elementos biológicos y sociales que favorecen el inicio precoz de las relaciones sexuales de las mujeres; aunque no tanto, quizás, entre los hombres.
Entre los biológicos se encuentran las concentraciones plasmáticas de testosterona. Las mujeres que poseen niveles más altos de esta hormona, se masturban y tienen relaciones sexuales con mayor frecuencia que las que tienen tasas más bajas095,096. Se ha comprobado que los índices de testosterona predicen con bastante acierto el inicio de las chicas en la cópula, en el sentido de que lo hacen con mayor precocidad las jóvenes que poseen concentraciones más altas de esa hormona frente a las que tienen niveles más bajos201,202,203.
A este factor se superponen otros elementos culturales que lo modulan restándole parte del determinismo que solemos atribuir a todo lo biológico. Existe un elemento cultural facilitador para buscar esa experiencia, como es el deseo de pertenecer al grupo e iniciarse así en la vida adulta, además del deseo de perder con rapidez una virginidad que se percibe más como una pejiguera que como un signo de virtud270. Está comprobado que quienes son más permeables a ese factor asimismo son más precoces en el inicio de las relaciones sexuales. Pero también hay otro componente frenador que lo aporta la religiosidad, con su doctrina de retrasar la actividad sexual hasta épocas más maduras de la vida120,204. Y de hecho la retrasa, pese a que las adolescentes verbalicen la moralidad religiosa como un factor disuasorio que va por detrás del miedo a los embarazos, a las enfermedades de transmisión sexual, a la ausencia de oportunidades y al temor a las sanciones sociales205.
En cualquier caso, los datos señalan que no es cierto que las mujeres tarden más que los hombres en iniciarse en estas actividades sexuales. Al contrario, lo hacen a la par y son más activas que ellos265. Y el hecho de que hace cincuenta años, por ejemplo, hubiera menos mujeres que hombres que practicasen el coito a edades tempranas257, lo único que manifiesta es que cualquier posible retraso se debía más a factores culturales que biológicos.
Y aquí sólo se ha hablado de coito.

c.- Los primeros besos y caricias.
Existen otras actividades sexuales que pueden ejercerse preservando la cópula para más adelante. Siempre se cultivaron, y hoy las ejercitan con profusión los integrantes de las asociaciones que luchan por preservar la virginidad hasta el momento del matrimonio.
En nuestros días, a los diecisiete años de edad, aproximadamente un tercio de los jóvenes de ambos sexos tienen experiencia en besos profundos y caricias íntimas que no incluyen el coito265.
La situación ha cambiado un poco respecto a hace medio siglo. Por esa época, era cierto que las mujeres se iniciaban en el coito en épocas de su vida algo posteriores a la de los hombres, pero disfrutaban de actividades sexuales íntimas que excluían la cópula a edades más tempranas que la citada más arriba y con frecuencias superiores a las de los hombres257.
Estos datos vienen a significar que el retraso femenino en el acceso a la cópula no respondía, ni entonces ni ahora, a condicionamientos propiciados por su fisiología, sino a cuestiones culturales y sociales; por el estigma social que suponía una mujer “estrenada” en la cópula antes de casarse o por el temor al embarazo.
 Los valores de la Tabla son muy elocuentes. Hace cincuenta años, es cierto que había menos mujeres que hombres iniciadas tempranamente en el coito (actividad IV), pero tenían a cualquier edad más experiencia que ellos en las actividades sexuales que en los Estados Unidos de América se engloban bajo la voz petting (besos profundos, caricias de los senos bajo la ropa, caricias de los genitales y contactos intergenitales sin coito).


Grado de experiencia sexual, expresada en porcentajes para cada edad, en mujeres (cifras en negrita) y varones (cifras entre paréntesis)257.
Definiciones: I (poco o ningún contacto con el otro sexo); II (besos profundos y caricias de senos por encima de la ropa); III (caricias de senos por debajo de la ropa, caricias activas y pasivas de genitales y algún contacto intergenital sin coito); IV (coito).

Grado de


edad
(en años)


intimidad
15
16
17
18
19
Total
I
16 (33)
9 (22)
 4 (  9)
 6 (  8)
 2 (  7)
 7 (16)
II
56 (49)
54 (40)
48 (37)
39 (24)
35 (23)
46 (35)
III
23 (13)
30 (29)
37 (29)
42 (37)
40 (33)
35 (29)
IV
 6 ( 4)
 7 (8)
11 (25)
12 (32)
23 (37)
12 (20)
  
Tales experiencias sexuales, que a esas edades no pueden considerarse “menores”, indican que las mujeres no tardan en despertar al sexo. Lo hacen, incluso, a edades más tempranas que los hombres, aunque copulen más tarde. Nadie medianamente sensato puede afirmar que masturbar o ser masturbada por la pareja no es una actividad genuinamente sexual.
Estos datos permiten sospechar que, quizás, las mujeres sean incluso más precoces que los hombres en despertar al sexo. Algo muy alejado del tópico que aquí se denuncia.

d.- Las primeras masturbaciones.
            Con todo, las actividades sexuales mencionadas más arriba tampoco reflejan con exactitud si las mujeres son tardías o precoces en el despertar sexual. Después de todo, esas prácticas requieren el concurso de otra persona que no siempre está disponible. El verdadero indicador de la autonomía sexual femenina es la masturbación. Una actividad sexual para la que la mujer se basta a sí misma, no requiere colaboración de nadie y responde a sus necesidades sexuales espontáneas.
            No voy a extenderme demasiado sobre la masturbación femenina, pues ya lo hago con amplitud en mi libro específicamente dedicado a ella070. Pero sí conviene mencionar algunas cosas relacionadas con el enunciado.
Preguntadas las adolescentes si se masturban, apenas responden afirmativamente la mitad de ellas (44%)199,271. Pero si se pregunta a las mujeres adultas que ya no sienten tantos reparos en reconocer que se masturban si lo hacían durante su adolescencia, la respuesta afirmativa llega hasta un promedio del 78%101,208,244.
Pero lo que aquí interesa es que un número nada despreciable de ellas (entre el 20% y el 42% [31% como promedio]), afirma haber comenzado a masturbarse antes de cumplir los diez años de edad. El número de hombres que recuerdan haber comenzado a masturbarse antes de los diez años oscila entre el 3% y el 13%; una cifra bastante menor que la encontrada entre las mujeres101,208,244.
¿Qué significa esto? Que los colectivos feministas tienen razón cuando afirman que el despertar sexual femenino no es tan tardío como se cree. Cuando ellas inician los contactos sexuales con los hombres, incluyan el coito o no, llevan ya un largo recorrido masturbándose. Sabiendo lo que es el placer que proporciona el cuerpo y estimulándolo como conviene para obtenerlo. Lo que permite sostener que una proporción en absoluto despreciable de ellas aventajan a los varones en años de experiencia, cuando ellos se inician en la masturbación.
Y recuérdese que la masturbación es una representante fidedigna de los deseos sexuales autónomos, sin requerimientos ajenos. Su precocidad en las mujeres, por lo tanto, representa con certeza el verdadero inicio femenino a la sexualidad.
Definitivamente no. No es cierto que el despertar sexual femenino sea tardío. Es precoz. Muy precoz, diría yo. Y en muchos casos más precoz que el masculino.

e.- El revuelo hormonal de la pubertad.
No es casual que las niñas tengan un despertar temprano a la sexualidad, en contra de lo que nos dicta el tópico. En líneas generales, la pubertad de las chicas (señalada por el crecimiento de los pechos y del vello púbico, no tanto por la menarquia) se produce un año antes que en los chicos (crecimiento testicular y del vello púbico)272. Y existen algunas evidencias en los Estados Unidos de América (que no han confirmado estudios europeos) de que en nuestros días la pubertad se inicia entre medio y un año antes que hace cuarenta años 273. En cualquier caso, en Europa, el inicio actual de la pubertad se encuentra en los once años para las chicas y los doce para los chicos 274.
Las concentraciones plasmáticas de testosterona contribuyen a generar el nivel de tensión sexual de cada individuo. Ya vimos anteriormente que las chicas con tasas más altas de esa hormona, iniciaban sus actividades sexuales (coito y masturbación) de un modo más precoz que sus homólogas femeninas con concentraciones menores y lo hacían con mayor frecuencia201,202,203. Existen hallazgos biológicos que explican por qué las niñas sienten interés sexual por sus coetáneos antes que los chicos, por qué comienzan a masturbarse antes que ellos y a interesarse por los “hombres” en general cuando ellos aún contemplan a sus compañeras como camaradas de juego, niñas, y no mujeres: sus hormonas sexuales.
Los niveles de tensión sexual de las jóvenes son más altos de los que se creía. En cualquier caso, mayores que los de sus pares masculinos. En efecto, en las chicas prepúberes se detectan cifras nada despreciables de estradiol, una hormona sexual femenina, mientras que en los chicos de la misma edad esa hormona es prácticamente indetectable. Pero es que también hay varias formas de andrógenos, hormonas masculinas, que en las chicas prepúberes (entre los ocho y once años) se encuentran en concentraciones significativamente superiores a las que se hallan en los varones del mismo rango de edad275.
No es que, simplemente, la pubertad de las chicas llegue antes que la de los chicos, es que entre las prepúberes las tasas de sus hormonas sexuales (incluidas las masculinas) son superiores a las de los chicos de su misma edad (por eso su desarrollo es anterior). De ahí que no pueda extrañar que el despertar sexual de las mujeres sea anterior al de los hombres. Su cuerpo comienza a recibir los estímulos que incrementan el impulso sexual antes que ellos.
Sorprende comprobar cómo nuestra sociedad ha conseguido conjugar sin grandes dificultades las ideas de que las mujeres se inician en la vida sexual de una forma más tardía que los hombres, con el conocimiento tradicional, y científicamente constatado, de que las mujeres se desarrollaban sexualmente antes que ellos. Es obvio que no se quería ver que el revuelo hormonal que ocasiona la aparición de los caracteres sexuales secundarios (los pechos y el vello público, por ejemplo) también motiva a las niñas hacia el sexo, las orienta de un modo diferente hacia los chicos, e incrementa las sensaciones eróticas que les proporciona el cuerpo; aunque les avergüence reconocerlo034. Y todo ello se oculta afirmando que lo que verdaderamente se despierta en ellas, es el interés por el amor. Sí, pero no exclusivamente. El romanticismo de las jóvenes contiene más componente erótico de lo que se cree118.
Creo que con los datos aportados aquí no puede negarse que las mujeres no sólo se desarrollan antes que sus homólogos masculinos, sino que tienen intereses sexuales al tiempo que ellos, como mínimo, y, en gran medida, antes. Es un mito que las mujeres tarden en despertar sexualmente.
Si se observaron en el pasado diferencias en el rendimiento sexual de uno y otro género fueron debidas a una presión social diferenciada sobre unos y otras (la doble moral) más que a condicionamientos impuestos por una naturaleza sexual diferenciada. Las evidencias demuestran que cuando las condiciones sociales lo permiten, las mujeres inician sus actividades sexuales a la vez que sus pares masculinos. O quizás siempre fue así, solo que ahora se atreven a confesarlo más abiertamente que en otras épocas menos propicias, ante la seguridad de que no serán anatemizadas por ello.

La bibliografía a la que se hace referencia aquí, puede encontrarse en mi libro LA SEXUALIDAD FEMENINA (mitos y realidades).

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